Opinión.
La censura no viene con un bolígrafo rojo. La censura no tacha un artículo entero. La censura es velada y pide, pide esto y lo otro. Pide que este nombre no salga porque es un ‘amigo’, de ¿quién? Me pregunto. Da igual. Es un intocable, porque saben que si sale su nombre al dueño no le va gustar. Y como perros fieles tenemos que acatar y atacar a su orden sin importar nada más, sin importar la información o la desinformación que demos.
La censura es velada, la censura pide que se use el condicional, pide presuponer aunque se pueda contar la verdad. Pide que se suponga y no se verifique. Pide que hablemos de posibles y no de comprobados. Pide que no seamos periodistas. Que seamos un ente que escribe y vomita lo que conviene. O que elijamos el camino de la sección de sociedad. Ese título, sociedad, en el que se engloban los temas que no hacen daño, que suponen visitas y que mueven papel, no conciencias. No despiertan interés, no educan, no informan y son absoluta y completamente relevantes. Pero llenan hojas y dan dinero, y así como un monstruo que cada vez se hace más grande crece un medio. Porque seamos realistas, el periodismo no vende.
No importa el medio que sea porque todos se basan en lo mismo. El periodismo y los periodistas estamos muertos, no existimos y no se puede ser algo que no existe. Al menos no en los medios. Porque si existe, aún, alguien que sea periodista, de verdad, no será porque trabaje en un periódico o en una radio o en la televisión o en digital. Porque solo quedan algunos pocos espantapájaros que sobreviven como pueden entre medios ya olvidados. Si eres periodista lo serás siempre, pero no porque estés en nómina sino porque lo sientes. Porque en los ratos libres, algunos pocos ilusos aún se atreven a buscar la verdad, a crear muestras de periodismo que puede que jamás vean la luz o puede que iluminen a alguien. Pero que desde luego nunca van a ocupar una primera página, una apertura o un titular, porque probablemente hablen de algo serio, que interesa y sobre lo que reflexionar. Y eso al cuarto, que de tanto mezclarse con los otros tres ya no sabe ni cuál era su verdadero poder, no le interesa.
Perdimos el norte hace tiempo, perdimos la voz y el voto, perdimos la credibilidad. Y eso jamás se nos perdonará, jamás nos lo perdonaré. Pero, lo más triste es que ni siquiera intentamos volver a una época mejor. Nos hemos instalado en la mediocridad y en el conformismo. Por eso, por esto, por todo no quiero jugar a eso que llaman periodismo.
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